Aquilegia

Éramos parecidas. La espuma del mar nos acompañó varias temporadas. Las caminatas bajo el sol. Los hilos de las mostacillas doradas se enredaban en las hojas de los árboles que formaban el bosque frondoso y oscuro que podía verse desde mi ventana. La calma. Esa sensación de quietud que el verde más claro me daba. Éramos parecidas. Intuyo que quizá esa fue la razón por lo que él me eligió. Todo roto. Siempre estuvo todo roto a su alrededor. Solamente su jardín mantenía ese deseado equilibrio, la forma de las cosas. De las cosas que se dicen porque del lenguaje parten y se configuran. La realidad. Su jardín. Su jardín eran “hermosos jazmines al sol”. Sus crasas “un cúmulo de paciencia engendrado en cada hoja” y su flor favorita, la que nunca conoció.